viernes, 16 de mayo de 2014

La espera del hijo







Es entre la cadera y los costados, en el sitio al que se da el nombre de flanco, donde ha ocurrido. En este sitio escondido, muy blando, que no recubre ni huesos ni músculos, sino órganos delicados. Ha brotado una flor. Que me mata.

Cuadernos de la guerra, Marguerite DURAS

martes, 6 de mayo de 2014

ANDROGINIA Y MODA

En lo que respecta al cuerpo, la androginia es únicamente "andro" y no "gina":  una aproximación ideal del cuerpo femenino al masculino, y en ningún caso al contrario. Los cuerpos masculinos no aspiran a ensanchar sus caderas y sus pechos, o a acortar su estatura. Muy al contrario, los muslos de las mujeres se recortan un poco más cada década, igual que las caderas; los pechos se aplanan, y la media de estatura de las modelos aumenta. En lugar de denominarse cuerpos andróginos, deberían llamarse cuerpos "andromorfos", "andrárquicos" o de alguna manera similar, ya que se trata de una forma más de opresión, eso sí, esta vez más sofisticada (y a la vez más brutal, pues vuelve a una contra su propia carne). Se imponen las medidas masculinas al cuerpo de la mujer: decimos que hay que "reducir", "eliminar", "acabar con" (la grasa, la celulitis, o lo que sea), y el lenguaje dietético está formado por un conjunto de referencias a la "tentación", el "sacrificio", y la culpa", con evidentes ecos judeo- cristianos (y represores, por tanto) como ya comenté en una entrada anterior sobre "El mito de la belleza", de Naomi Woolf. Esto me hace pensar en  las histéricas de Freud y Charcot, a las que se consideraba enfermas casi de nacimiento (recordemos la etimología de hysteria). Igulamente ahora, el cuerpo femenino se asume como constantemente enfermo, y por ello tiene que someterse a "tratamientos", (a veces de por vida, lo cual supone un considerable desembolso para las farmacéuticas)  para problemas que adquieren la importancia de "enfermedades", a pesar de ser casi inherentes a la propia condición femenina (la celulitis, por ejemplo, tiene una prevalencia de un 90 % entre las mujeres).   


Hemos de preguntarnos por qué ellas tuvieron que comenzar a vestir pantalones, reducir los centímetros de la cadera y de los pechos, para ser consideradas a semejanza de los individuos del otro sexo. Para quien crea que el asunto está zanjado, hoy en día está de plena actualidad debido a la auténtica plaga de "lipofobia" que encontramos. Las premisas serían las siguientes:   
1- El cuerpo femenino tiene más grasa por naturaleza (para estar sanos, en hombres de un 12 a 18 %, y en mujeres de un 16 a un 25 %).
2. La grasa es "mala" (algo que oímos constantemente en revistas, televisión, en las conversaciones cotidianas...)
En función de esto, las deducciones parecen peligrosamente sencillas: el cuerpo femenino es "malo"- por naturaleza, concluyen algunos, incluso-.

Vuelo a repetir algo que ya he dicho anteriormente, pero que creo firmemente: el feminismo ha de continuar (o empezar) por la aceptación -social- de nuestro cuerpo.