domingo, 25 de noviembre de 2012

SOBRE EL DERECHO Y EL DEBER DE QUEJARSE






Los gobiernos adoran a la gente que no se queja, a esas Masas silentes en las que es fácil colocar todo tipo de frases en su boca. Es un concepto muy americano el de sonreír a pesar de las circunstancias: sonríe aunque tengas cáncer (¡puede ser una oportunidad para renacer a una nueva vida!), sonríe aunque te despidan del trabajo y, sobre todo, da gracias, porque podría ser peor (y, en el fondo, si Dios lo ha querido así, será por algo). Es un concepto tan cristiano que parece mentira que lo tengamos asociado a la cultura occidental moderna: controla tus necesidades, tu cuerpo, para fortalecer el espíritu. El pensamiento positivo viene a ser una especie de obligación más que una opción, especialmente en Estados Unidos y, concretamente, en las empresas privadas, en las que a más de uno despiden por no tener una actitud positiva en el equipo de trabajo. Frases como que el dolor se acaba con más trabajo, la infinidad de dietas milagro para hacer desaparecer los michelines, la instigación a cambiar de coche, de color de pelo, de vida, son en el fondo, la herencia del ascetismo religioso y, por otro lado, la ocasión perfecta para que el capitalismo tenga un nicho en el que prosperar: esa necesidad de actividad constante, de productividad, de cambio, y de expansión (casi) exclusivamente personal.
Nadie se ha preguntado si no sería mejor dejar de mirarnos el ombligo, puesto que la filosofía del pensamiento positivo elude los problemas sociales para centrarse en el individuo, porque considera que “no sirve para nada intentar cambiar las circunstancias, y además, sale caro”(Seligman).
Sea cual sea el sistema que nos gobierne, hay que quejarse, permanecer escépticos, gritar cuando las cosas no marchen como debieran. La imaginación al poder es un dicho absurdo: la imaginación ha de estar contra el poder, y el arte no será ciencia.

Referencias:
-Bárbara Ehrenreich: Sonríe o muere. La trampa del pensamiento positivo

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